- Creo que ya volvemos a salir al
camino. Heothal se ha adelantado a… –el silencio abrupto de la guerrera, el
gesto de su mano que demanda silencio y el desenvainar de sus armas lentamente,
pone en alerta a Jorakos y Herentaros.
Pasan un buen rato aguardando,
respirando con cautela, viendo formarse su aliento de vida en la gélida noche.
El guerrero se impacienta, agarra
con fuerza su espada y susurra a la mujer- ¿Qué hacemos, ves a Heothal?
Dalustana contesta en un tono aún
más bajo- Lleva ahí un rato sin moverse, mirando algo.
- Esto es ridículo, ya no me
siento los dedos, acerquémonos todos –decide el viejo.
Con toda la delicadeza de la que
son capaces se acercan al lado de su compañero y ven lo que está mirando tan
fijamente. En efecto, ha encontrado el camino otra vez, pero hay una enorme
figura inmóvil ahí fuera, en terreno despejado. Los rayos rojizos de la luna
revelan por momentos su aspecto. Su torso y brazos pintados con runas en color
claro, la cabeza cubierta con un penacho de huesos y colmillos, un cinturón del
que cuelgan cráneos humanos y, tocando el suelo, un segundo cuerpo alargado
pegado a su abdomen, ocho patas inhumanas y una enorme cola rematada en aguijón
reposando en tierra.
- Ese desgraciado no se ha movido
desde que he llegado. Creo que ni siquiera respira –dice Heothal claramente
molesto. Sin añadir nada más, con la espada en una mano y el escudo en la otra,
surge de la espesura. Se dirige lentamente hacia ese horror, con la sutileza de
un alince, esperando que ese monstruo no lo escuche, en caso de que acostumbren
a dormir sentados.
Los demás contienen el aliento
hasta que su compañero se planta a cuatro pasos frente al hombre escorpión.
Heothal baja la espada y se lleva la mano del escudo a la cara mientras recula
unos pasos- ¡Ugh, que peste! Podéis salir.
Sin guardar las armas se
aproximan hasta el límite que sus olfatos les permiten. Incluso a oscuras se
puede ver el lamentable estado del cuerpo. Reseco y rígido, como quemado sin
haber ardido en llamas y apestando peor que un broo muerto.
- Era uno de sus shamanes, fijaos
en su lanza adornada con huesos y su bolsa de talismanes –aclara Herentaros sin
osar acercarse.
Heothal no para de mirar el
camino y la zona a ambos lados- ¿Qué narices hacia aquí? Su territorio acaba en
aquel cerro, esta es la frontera sur.
- ¿Eso te preocupa? ¿Y el enemigo
que lo ha dejado así, qué? –añade Jorakos inquieto.
Unas voces en lengua que no
entienden, comienzan a susurrar en sus oídos y en torno a ellos, los hacen
enmudecer y hielan su sangre. Se apartan rápidamente del cuerpo intentando
dejar atrás los murmullos, avanzando por el camino. Los susurros les acompañan,
más insistentes y numerosos durante un tramo angustioso, hasta que se
desvanecen y los sonidos del bosque nocturno les conceden cierta calma.
Pero no por mucho- ¡Boñigas de
cabra! Mirad allí arriba, al este, entre las rocas –advierte la vingana.
Perfilados sobre los riscos, ven
una partida de caza de hombres escorpión, observándoles, avanzando al mismo
ritmo que ellos.
Todos aceleran el paso
instintivamente pero Jorakos además los estudia y piensa en el posible combate-
¡Maldición, son 7 o más! Si nos atacan estamos muertos o algo peor.
Heothal busca en su cabeza algún
posible refugio- Conozco una aldea cercana, los han rechazado otras veces, pero
necesitamos sacarles más ventaja o no llegaremos.
La guerrera mira de reojo cada
pocos pasos- ¡Esperad, mirad eso, se retiran! –Dalustana señala a los riscos y
todos contemplan como uno a uno, esos monstruos abandonan el lugar de vuelta a
sus tierras- ¿Qué les ha hecho retirarse?
Herentaros es el único que ha
seguido andando- ¡Los dioses, los dioses les han hecho retirarse! Ahora vamos a
la aldea esa de una maldita vez ¡Se me han erizado hasta los pelos de la barba!
Un último y extenuante esfuerzo
los acerca a un tortuoso sendero por el que Heothal los conduce. La aldea
fortificada del clan Derakoli, a los pies de las Montañas Tormentosas, aguarda
a los viajeros. La primera visión es la de unas pocas columnas de humo salir de
varias chozas, desplomándose sobre ellas a continuación.
Una voz frena sus pasos- ¡Alto,
extraños! ¿Quién pisa las tierras de los Derakoli? ¿Sois amigos o enemigos? –pregunta
un vigilante que surge de un refugio, cubierto con gruesas pieles. Otra figura
permanece a resguardo.
Heothal emplea el saludo
tradicional y se descubre como Espada de Humakt, lo que diga a partir de ese
momento no será puesto en duda. Presenta a sus compañeros como nuevos amigos de
los Derakoli y enemigos de los hombres escorpión. Los vigilantes los conducen al
portón de madera.
- Un buen dique de tierra,
piedras, maderos y unas cuantas lanzas me dejarán descansar con tranquilidad –comenta
el viejo mientras se adentran en la aldea.
Despiertan rápidamente a su Jarl,
Velostán el Invulnerable, que se sienta en su silla para recibirlos en el salón
del clan. Se muestra más intrigado que molesto por esta visita. Otros
venerables del clan van apareciendo durante la charla.
Herentaros identifica pronto las
runas y alianzas que comparten los Derakoli. Estas duras gentes sienten un
profundo desprecio por esas venenosas monstruosidades.
Tras el relato del último
encuentro en el camino, solicitan al Jarl hospitalidad durante un día y una
noche. Velostán ha reconocido a Heothal y sorprende a los viajeros concediendo
hospitalidad completa por los días que necesiten- En estos tiempos de la
derrota de Orlanth, Rey de los Vientos y las Tormentas, forjar nuevas alianzas
es lo más sabio –proclama el líder del clan, en un claro gesto de respeto al Sabio
Gris.
Se despeja una choza para los
viajeros que podrán desayunar y descansar a salvo durante el día. Las caras que
se cruzan con ellos reflejan tristeza pero, aún así, resolución y amabilidad.
El cansancio ha hecho dormir a
los tres hombres hasta la noche. La guerrera se ha levantado antes y está
cenando ya un cuenco caliente y pan- Espero que no os importe, nunca he podido
estar mucho tiempo quieta –consigue articular mientras sorbe y mastica. Los
demás se unen a su compañera con buena gana y ánimo.
Y al tiempo que acaban su cena,
como una sombra que los persiguiera, llega un alboroto desde fuera de la choza.
Una nueva figura ha llegado y
habla con Velostán alarmando a todos los Derakoli. Es el shamán kolatinga del
clan, Foshu Alta-bruma, quien se encargaba de pactar, aplacar o someter a los espíritus
del viento, cuando estos aún recorrían el mundo.
- He presentido
a unos espíritus malignos y furiosos, atravesar los límites de nuestra Tula.
Algo los ha irritado –advierte el anciano greñudo y desarrapado, con el cuerpo
y la cara cubiertos de tatuajes rúnicos en formas onduladas o en espiral.
Velostán explica con detalle al
anciano la historia del shamán escorpión muerto, contada por los recién
llegados. Foshu queda pensativo un rato, como si no estuviera allí- El muerto
era un viejo enemigo, Klugkyrt, un necio perverso, pero poderoso. El ser que lo
ha destruido le atacó desde el mundo de los espíritus –vuelve a tomarse unos momentos-
Los que nos acechan ahora debían estar al servicio de Klugkyrt, atados por un
pacto, y buscarán venganza.
Un murmullo se extiende entre las
gentes del clan.
Foshu levanta las manos y todos
enmudecen - Debo expulsarlos del mundo antes de que ganen poder, pero con mis Vientos
hermanos desaparecidos tendré que recurrir a nuestros Ancestros protectores y
los espíritus de la Naturaleza. Los forasteros deben ayudarme, pues quizá les
busquen a ellos.
El Jarl y dos de sus Thanes se adelantan,
haciendo honor a su deber de proteger a su pueblo. Los cuatro viajeros se miran
resignados, pues su única experiencia con los seres del otro mundo es salir
corriendo lo más rápido que puedan.
Los siete elegidos son despojados
de sus armaduras, armas y ropas. El shamán prepara al fuego un caldo en un
caldero de cobre y una pasta azulada en un cuenco de piedra.
Con la pintura azul comienza a
dibujar en sus cuerpos las runas apropiadas. Canturreando e invocando a los
seres del otro lado para acudir en su ayuda. Primero a Velostán y sus Thanes,
que servirán de vínculo con los Ancestros. Después sigue Heothal, que encarnará
al espíritu depredador Muerte. Jorakos será el ancla para el Protector, Padre
Ciervo. Dalustana arderá con la llama de Fuego Salvaje. Y Herentaros se unirá a
Conocimiento, el Roble Centenario.
Es el momento de beber el
contenido del caldero. El cuerno con el brebaje va pasando por cada uno. Les
hará accesibles al espíritu invocado y podrán ver el mundo oculto a los ojos
mortales. Comienzan a ver a Foshu con otra forma, le escuchan con otra voz.
Pero su enemigo no espera, ha
estado buscando una debilidad en las barreras mágicas del clan y se abalanza
por una brecha como una jauría sobre ovejas indefensas. Los sorprendidos
Derakoli huyen despavoridos, atrapados por pinzas y desgarrados por colmillos
que no pueden ver, aguijoneados con un veneno mágico que los asfixia y detiene
su aliento en meros instantes.
La nueva voz de Foshu se impone
sobre los ecos distorsionados de gritos desesperados- ¡Defended el clan! ¡No deberían
haber entrado, no aún, algo les impulsa y les da fuerzas!
Los elegidos son capaces de ver a
su enemigo, incontables escorpiones gigantescos, deformados y fundidos con
otros seres, intangibles pero innegables.
Ninguno de los siete duda en su
cometido, atacan con fiereza, pues la decisión ya no les pertenece.
Tres guerreros fantasmales empuñan
sus armas imbuidas de poderes ancestrales. Sus golpes dañan a esos odiosos horrores,
sus enemigos desde hace generaciones.
Muerte da caza a sus presas
destrozando con sus garras, triturando con sus fauces, cegado por un frenesí insaciable.
Padre Ciervo embiste con su
cornamenta a aquellos escorpiones a punto de asestar su aguijonazo mortal,
protegiendo a sus víctimas de una muerte segura.
Fuego Salvaje danza alegre, deleitándose
en el pavor que despierta, abrasando con su abrazo, arrojando lanzas de fuego a
los que intentan escapar a su toque. Y ríe juguetona ante los que se
arrodillan, creyendo que serán ignorados.
La nueva forma de Foshu recurre a
los pocos poderes que le quedan, intenta contener o expulsar una a una esas
monstruosidades, pero no dejan de llegar más- ¡Esto no puede pasar! ¡No puede
haber tantos! ¡Algo los atrae!
Herentaros no ha abandonado su
conciencia, ni se lo ha pedido Roble Centenario. La unión que comparten es más
sutil. Ha perdido el miedo, observa a esas pequeñas criaturas, intentando
perforar su gruesa corteza sin hacer mella. Sabe que no pueden dañarle. Escucha
los ecos de Foshu y Sabe que tiene razón. Y aunque muchas de esas pérfidas
criaturas se encaraman a su tronco, SABE que no es ÉL quien las atrae. SABE que
no todos los incursores buscan víctimas, algunos buscan- ¡El Corazón Verde! ¡LA
GEMA! –y al mirar en su dirección la ve brillar, incluso desde el mundo en el
que está ahora, débilmente al principio, pero con un fulgor malévolo creciente.
SABE que han venido por ella.
Con un impulso descomunal, que
arranca sus raíces del suelo, cae sobre la choza que les cobijó en su sueño. Al
abrir los ojos, Herentaros ve que se encuentra allí dentro, y de su bolsa
surgen destellos verde esmeralda. La protege entre sus manos, mientras con el
resto de sus brazos se prepara para rechazar a los espectros ponzoñosos.
Al momento, el resto de elegidos
forma en torno a la choza. Las runas de sus cuerpos brillan intensamente y
muestran rasgos de sus huéspedes, ambas formas quedan superpuestas.
Frente a ellos varias docenas de
hombres o mujeres del clan yacen muertos con muecas de terror y dolor. Muchos
otros corren, se agazapan, gritan, lloran o piden ayuda a los dioses. El viejo
shamán parece sucumbir por momentos.
Aunque ahora, el defensor más
inexpugnable protege la gema y el resto de elegidos aguardan a sus pies.
Los espectros escorpión profieren
un grito de rabia al unísono. Y como siguiendo la orden de una mente maliciosa,
ignoran a los vivos para hacer presa en los cuerpos de los muertos. Entran en
ellos y los animan. Convulsionan y comienzan a levantarse. Se mueven de forma
grotesca pero no hacia sus enemigos. Se van amontonando unos sobre otros hasta
que no quedan más.
Entonces, los gritos atroces que
traspasan la barrera entre ambos mundos se vuelven ensordecedores.
La masa de cuerpos se funde y
conforma una inmensa abominación de carne, huesos y rostros conocidos con
crueldad en sus miradas muertas. Y el engendro gigante arremete contra los
defensores.
Seis elegidos avanzan para
detenerlo. Sin embargo, lo que esos espectros no han conseguido en su forma
intangible puede que lo logren en el mundo mortal.
Herentaros SABE que sostiene el
Corazón de un antiguo Dragón de Sueños corrompido por el Caos, cuya esencia
quedó aprisionada dentro por los Aprendices de Dioses, convirtiéndola en su
prisión y en una fuente de poder. Al fracasar su ritual, la gema quedó aislada
en aquella torre, donde la encontraron y de donde la sacaron, liberando al
poderoso espíritu dracónico. El necio de Klugkyrt creyó poder someterlo.
Herentaros SABE que la gema
retuvo parte de su poder y maldad, es lo que atrae y anhelan estos espectros.
Pero igual que fue una prisión, puede volver a serlo.
El viejo Sabio Roble Gris
Centenario avanza hacia Foshu, lo sujeta entre sus ramas y le otorga el Conocimiento
de la gema. Unirán sus energías, pero el poder de contener a los espectros solo
lo posee el shamán kolatinga.
La atrocidad de cadáveres
fundidos destroza el cuerpo mortal de uno de los Thanes, expulsando al Ancestro
que lo protegía. Después avanza hacia Herentaros y Foshu sin que los demás
puedan detenerla.
El shamán entona sus cánticos, sobreponiéndose
a la maldad de la gema gracias a Roble Gris. La abominación se dispone a
pisarlos y enterrarlos en carne de parientes, cuando el poder del Corazón Verde
se desata y cambia su vibración, atrayendo el Caos pero aprisionándolo en su
interior.
Los gritos de terror ahora los
lanzan esos espectros que se ven arrastrados sin remisión.
La monstruosidad se descoyunta y
cae pedazo a pedazo en el lugar, quedando completamente inerte.
Foshu se desmaya por el esfuerzo.
Advierten una pequeña neblina que surge de su cuerpo y permanece a su lado
vigilante.
Dalustana Fuego Salvaje ya no
parece alegre, arroja llamarada tras llamarada contra los cuerpos hasta quedar
agotada y dejar en el lugar un montón de cenizas.
Los espíritus de los Ancestros y
la Naturaleza se separan de los elegidos.
Por orden del Jarl Velostán, esas
cenizas se guardarán en cuencos y se enterrarán; si los vientos retornan algún
día, serán lanzadas desde una cima, para conceder a sus parientes el descanso
que merecen.
El amanecer llega y nadie atiende
a sus obligaciones cotidianas, anoche el clan Derakoli perdió mucho.
Heothal permanece agazapado en un
rincón.
Dalustana no cesa de mirar una
hoguera fijamente.
Jorakos los observa preocupado.
El viejo Herentaros se acerca a
Heothal y pone la mano sobre su hombro. En ese momento el guerrero salta sobre
el sabio con un rugido de furia intentando desgarrarle el cuello con sus dedos.
Aunque se detiene a tiempo.
El Sabio Gris lo mira con calma-
Tranquilo muchacho, se te pasará, sé que solo necesitamos un poco más de
tiempo.
Foshu acaba despertando y absorbe
la neblina que ha velado por su forma mortal.
Su primera preocupación
es la gema. Habla con el viejo sabio, el Jarl y Jorakos- El Corazón Verde será
escondido en un lugar que jamás pueda pisar mortal alguno, me encargaré de ello.
Y alertaré a nuestros aliados de que un mal antiguo fue liberado en estas
tierras.
Los cuatro viajeros podrán
permanecer aquí unos días más. Aunque su llegada trajo la desgracia al clan,
estuvieron dispuestos a luchar para salvarlo.
Sin duda saldrán de esta
experiencia con pocas ganas de volver a inmiscuirse en asuntos de shamanes,
brujos, espíritus o espectros.
¡Os deseo una noche espectral!