lunes, 30 de octubre de 2017

Sangre, garras y colmillos.

Con el lento paso de los años caen las hojas, ramas llenas de recuerdos, del árbol de los sueños oscuros. Sin embargo, esas vivencias no son mías; sus raíces arraigan en otros mundos y esos recuerdos caídos tan solo moldean, en ocasiones, mis pesadillas.
Otra noche a la intemperie. Un alto en el camino que los tres hombres recorren hacia el sur.
El viejo Herentaros y Heothal han pasado la tarde insistiendo con sus preguntas al estoico Jorakos, más por entretenerse incordiando al veterano guerrero, que por la esperanza de obtener respuesta.
Para sorpresa de sus compañeros, al calor de la fogata, tras un buen trago del pellejo de vino con que remojar el pan y el queso, comienza a hablar sin provocación alguna.
-Este frío también me trae recuerdos oscuros -concede el guerrero a sus dos compañeros de viaje.
-Ya sabéis que pertenezco al Clan Varmandi de la Tribu Colymar -Heothal asiente mientras el Sabio Gris queda perplejo ante la ofrenda de Jorakos.
-Fui elegido por el mismo Rey de los Colymar, Kallai el Hondero, como uno de los guerreros que acompañaría a una Thane guerrera en una misión importante, su nombre era Leika Ballista. -La cara que muestra el viejo, sorprendido ante tamaña revelación, hace disfrutar a Jorakos, por fin ha conseguido enmudecer al viejo. Herentaros no se atreve a interrumpir, pues ansía saber más de la que luego sería elegida Reina de los Colymar.
-Hace ya mucho de esto, pero recuerdo bien aquellos días. La estación de las tormentas empezó con vientos muy fríos venidos del norte. Leika y un grupo escogido de seguidores, aquellos más leales que no ansiamos escupir al viento secretos de otros, recorrimos el camino de Puerta Rúnica a Ciudad de Jons. Como suponíamos, nos reconocieron a nuestra llegada pero, nos preparamos tranquilamente para nuestro viaje hacia el norte, a la Fortaleza del Vado Peligroso. Descansamos bien aquella noche y al alba, marchamos por el empedrado camino Real. -El viejo recorría mentalmente la ruta narrada, intentando no perder detalle, mientras Heothal se impacientaba.
-¿Qué demonios se os había perdido a los Colymar en el norte? -deseaba saber el guerrero seguidor de Humakt, Dios de la Muerte.
-Nada, era una treta para engañar a los soldados y espías imperiales -resolvió Jorakos.- Pasada la tercera torre de vigilancia, con ningún otro viajero a la vista, bajo el manto de la niebla temprana, abandonamos el camino hacia el sureste. Nuestro destino era la Colina de Orlanth el Victorioso. Allí, Leika debía encontrarse con la Reina Kallyr Estrella en la Frente de los Kheldon.
-¡La rebelión de Kallyr, ese fue el motivo del encuentro secreto! -Herentaros no podía contenerse al paladear detalles de un momento histórico tan importante.
-Así es, viejo, pero nuestro paso no fue tan silencioso como esperábamos -prosiguió el guerrero varmandi.- Recorrimos la ruta más directa, evitando los asentamientos y a los vigías de los clanes; en estos días no puedes estar seguro de que lado cae la lealtad de un orlanthi.
Al poco, rodeamos una granja, desde lejos pudimos ver varias reses muertas. Leika envió a dos guerreros, Korazal y Mirtheya, a buscar supervivientes. Vimos como entraban en la casa y uno de ellos gritó, galopamos hasta allí mientras Mirtheya sacaba a rastras el cuerpo de Korazal. Algo que no podían ver les había atacado. Los animales y los granjeros estaban todos muertos, medio devorados, incluso los niños. -Jorakos miraba fijamente a la hoguera mientras recordaba los detalles de aquel momento.
-Korazal tenía los ojos en blanco, su cuerpo se retorcía como una serpiente y se mordía la mano. Pensamos que un espíritu maléfico había atacado a nuestro camarada, que habría otros en el lugar y debíamos irnos rápido. Lo amordazamos para que no se mordiera su propia lengua y lo amarramos a su caballo, no podíamos ayudarle allí, debíamos proseguir y buscar ayuda más tarde, después de la reunión secreta. Todos estábamos nerviosos, esa matanza debía ser un ataque de los Telmori, los-que-corren-con-lobos. Nuestra ruta bordeaba sus territorios de caza por el sur. Los clanes de esa región siempre han estado en guerra con ellos -la tensión de los hombres al escuchar la historia aumentaba.

-Nos alejamos de la granja con la sensación creciente de que nos vigilaban a cada paso. La primera señal la encontramos en tierra, un estandarte partido, pertenecía a las tropas imperiales. Paramos a comprobarlo y cuando levantamos de nuevo la mirada pudimos ver cuatro figuras salidas de la nada. Eran dos hombres armados con lanzas y cubiertos con pieles, uno con la cara pintada. A su lado dos grandes lobos gruñían enseñando sus colmillos. Nos miramos sopesando la idea de montar y cargar contra ellos pero, otra alerta se extendió rápido entre los nuestros. En la linde del bosque, a nuestros flancos y por detrás de nosotros, alcanzamos a ver más guerreros telmori y sus lobos. No podíamos contarlos pero, eran más que nosotros, aunque no nos habían atacado. Seguro que no reconocieron nuestras marcas y tatuajes. Leika escupió en el estandarte imperial, cogió varias cosas de su montura y caminó hacia ellos con paso firme. Su intención era pactar con los salvajes y la acompañé.
Aquellos guerreros sujetaban sus lanzas con firmeza, su mirada era feroz e incluso gruñían como sus lobos. Nosotros no habíamos empuñado las armas pero, yo agarraba con fuerza el pomo de mi espada, hasta olvidé el frío que hacía. -Mientras lo cuenta, Jorakos aprieta instintivamente la empuñadura de su espada en la vaina.
-La guerrera se presentó a ellos en el modo tradicional orlanthi y me dio un fardo de cuero enrollado para que lo extendiera en tierra, ante ellos. Dentro descubrí varios cuchillos y puntas de lanza de bronce. También les ofrecimos un saco con parte de nuestra comida y un pellejo de vino. Los dos telmori se relajaron ligeramente y comenzaron a hablarnos en su lengua salvaje, que ninguno de los dos entendíamos.
Recuerdo que susurré: "Si entienden nuestra lengua ¿por qué demonios no la usan?"
Me impresionó la calma con la que me respondió Leika: "No usarán una lengua común hasta que no decidan si somos amigos o enemigos" -el guerrero varmandi se relajó mientras pronunciaba estas palabras.

-Al más corpulento de los telmori le hizo gracia escuchar aquello, aunque el más viejo aún nos miraba con odio. Al menos, uno había decidido. Se presentó como Ferawhrug, líder del clan Garra Sangrienta, a su hermano lobo lo llamó Growl, creo, el más fiero. El viejo cara-pintada, cargado con fetiches, era Garrgruf, shamán del clan Espíritu Sangriento. Su compañera de cuatro patas era Rosga. Imaginaos nuestra preocupación al encontrar dos clanes telmori aliados. Esas son muchas lanzas y colmillos. -Herentaros y Heothal asintieron en silencio.
-Garrgruf le dijo varias cosas a Ferawhrug en su extraña lengua y éste a su vez nos hizo entender que nosotros dos debíamos seguirles mientras nuestros camaradas esperaban con los caballos. Leika les ordenó acampar. Intenté disuadirla, seguirlos hacia el norte era adentrarse en el territorio de caza de los telmori, miles de cazadores salvajes y sus hermanos de cuatro patas. Acabamos adentrándonos en el bosque, rodeados de lobos.
La oscuridad nos alcanzó pero, los telmori no tenían problemas para moverse entre la maleza. Sus ojos brillaban en la oscuridad y esas no eran las únicas diferencias con los orlanthi.
A tientas les seguimos hasta un gran campamento con varios cientos de salvajes y lobos que se nos echaron encima y nos olisquearon por igual. Seguro que alguno pensó que éramos la cena. Otros no estaban contentos al vernos pero, Ferawhrug silenciaba rápidamente los gruñidos descontentos. Parecía el líder de esa alianza de clanes.
Pasamos cerca de varias hogueras donde asaban grandes trozos de carne. El centro del campamento era un lugar sagrado, señalado por rocas pintadas con animales y otras figuras. Allí vimos, amarrado a dos postes cruzados, a un oficial imperial herido. Nos miraba suplicante pero, con la certeza del que se sabe perdido, no dijo palabra.
Nos hicieron sentar en tierra, frente a un círculo formado por cráneos de distintos animales, todos con runas extrañas pintadas con sangre. Garrgruf se acercó a nosotros con un cuenco lleno de un caldo blanco, mojó sus dedos y nos dibujó en la frente varias runas. Éstas si nos eran conocidas, las runas de nuestro Dios, Orlanth, Señor de las Tormentas y las de Sartar, el Rey fundador de nuestra nación. Éramos parte de un ritual que no entendíamos bien.
Muchos telmori, hombres, mujeres y lobos se acercaron a la hoguera más grande.
El shamán se introdujo en el interior de círculo y comenzó unos cánticos. De entre las llamas emergió un enorme lobo de pelaje rojizo y ojos ardientes que olisqueó los cráneos, daba vueltas lentamente entorno al círculo y nos miraba fijamente como si estuviera decidiendo por dónde empezar a comernos. Sin embargo, no fueron momentos de terror, sentí que estaba viendo a través de los ojos de otro, alguien que no cedía al miedo.
Algunos telmori vestidos con pieles y cuernos de animales se contoneaban y saltaban alrededor de la gran hoguera, mientras otros, que se transformaban en lobos, les daban caza y así se turnaban cientos de ellos.

No recuerdo cuanto tiempo pasó hasta que la cacería acabó, después Garrgruf se levantó y nos miró directamente. El enorme lobo rojo entro en el círculo de cráneos, caminó tranquilo tras las pieles que colgaban del shamán y desapareció de nuestra vista. Eso me puso nervioso, aunque no sentí temor alguno. El viejo telmori sacó un cuchillo de piedra negra pulida mientras le acercaban una cabra de pelaje blanco. El animal se resistió inútilmente hasta que le cortó el cuello. La colgaron para que su sangre manara sobre un cráneo partido a modo de cuenco, el cuerpo aún se sacudía.
Garrgruf cogió el cráneo y nos lo ofreció. El olor era fuerte y los vapores de vida se escapaban desde la sangre caliente para desvanecerse en el viento nocturno. Bebimos un gran trago sin mostrar repulsión. Aunque el sabor era desagradable, la sangre calentó nuestros cuerpos y nos hizo sentir descansados, llenos de fuerza.

Garrgruf ya no se encontraba frente a nosotros, lo descubrí degollando al oficial imperial. Sin poder apartar la mirada, vi las sacudidas que daba y escuché sus sonidos, intentando aferrarse a la vida, su cuenco era de mayor tamaño. Yo nunca he acabado con un enemigo de una manera tan deshonrosa y lenta. -necesitó aclarar el guerrero a sus dos compañeros.
-Sentí alivio al entender que no nos ofrecerían ese cuenco. Ferawhrug fue el primero en beber, Garrgruf el segundo, después el resto de cazadores de sus clanes. Cuando los primeros aullidos de éxtasis sonaron, animaron al resto y todos se unieron a la llamada, hombres y bestias aullando a la Luna Roja. El temor volvió a mi cabeza, esperaba que sus aullidos no fueran el anuncio de nuestras muertes.
Allí quedaron colgados los cuerpos de la cabra y el soldado, como festín para sus lobos, cuando vimos llegar la luz del alba. Ferawhrug se mostró complacido por nuestra participación en el ritual, nos llamó amigos de los telmori. Nos advirtió por ello, que debíamos volver a nuestros caballos y alejarnos de su territorio mientras hubiera luz, pues el día salvaje les hacía cambiar, entregarse a su lado animal y muchos de su pueblo perdían el recuerdo de las alianzas con extraños. Al marchar de su campamento, Garrgruf nos miró con una siniestra expresión de victoria. De nuevo, Ferawhrug nos condujo por el bosque hasta el lugar de nuestro encuentro. Yo solo podía pensar en beber algo de vino para olvidar el sabor de la sangre y me concentraba en no vomitar frente a Leika. Aquel día, los telmori me parecían aún más salvajes, sus miradas más fieras y sus movimientos más bestiales.
Nos abandonaron antes de llegar, tras señalar el rumbo que debíamos seguir, desapareciendo rápidamente en el bosque. Desde muy lejos escuchamos las primeras llamadas de ese día, aullidos desde los profundo del bosque. No necesitamos decir nada, una mirada nos bastó para acordar que debíamos correr hacía nuestro campamento, alcanzar nuestras monturas y huir con nuestros camaradas.
Al salir de entre los árboles, lo que vimos no auguraba nada bueno, los caballos yacían inmóviles sobre el terreno, desperdigados a cientos de pasos unos de otros. Varios de los guerreros acudieron a nuestro encuentro, desesperados por hablar con nuestra líder. Otros esperaban heridos junto a la hoguera. El caballo que vimos más cerca había sido destrozado por garras y colmillos, igual que en la granja. Mirtheya nos contó que, desde que montaron el campamento, los lobos no dejaron de vigilarles. Al caer la noche, Korazal empeoró, comenzó a gruñir y se transformó ante sus ojos en una bestia horrenda, con cabeza de lobo y garras como cuchillas. Se arrojó contra ellos pero, ni lanzas ni espadas conseguían perforar su piel. Invocaron los poderes de Orlanth y los otros Dioses sobre sus armas, fue el único momento en que pudieron asestarle alguna herida. El caos se les vino encima cuando los lobos atacaron a los caballos aprovechando la confusión, no dejaron ni uno vivo. Esas bestias no querían alimentarse, solo matarlos.
La bestia que antes fue Korazal huyó hacia el bosque y no lo volvieron a ver. -Herentaros acariciaba su barba mientras escuchaba atentamente cada detalle, comprendiendo lo poco que sabía sobre los telmori.
-Todo lo ocurrido clamaba a traición. La situación era terrible. Debíamos alejarnos a toda prisa pues, antes de ocultarse el sol, seríamos cazados por cientos de bestias sedientas de sangre.
Abandonamos todo el peso innecesario, menos la armadura y las armas, las íbamos a necesitar. Leika decidió que nuestra mejor opción era dirigirnos hacia la Colina de Orlanth el Victorioso, en busca de la Reina Kallyr y sus guerreros. Por las miradas noté que muchos lo creyeron imposible pero su lealtad los hizo callar. Nos alejamos del lugar a la carrera aunque, pronto tuvimos que parar, la mayoría estaban agotados. Tras un breve descanso, para beber y recuperar el aliento, continuamos a paso ligero. Entrada la tarde ya nos habíamos alejado bastante de su territorio pero, no podíamos confiar en que eso detuviera a las manadas.

Aún con la luz en el cielo, escuchamos el primer aullido lejano. Le siguieron otros, decenas, cientos, por todas partes. La cacería había comenzado y seguían nuestro rastro. -Jorakos calló un momento para beber del pellejo, pues el simple recuerdo de aquel día le había secado la boca. Heothal miró hacia la oscuridad que rodeaba el campamento más allá de la luz de la hoguera, atento a cualquier sonido o brillo.
-Volvimos a emprender la carrera. Leika corría en cabeza, rodeada por algunos de nosotros. Los que portaban arcos cerraban el grupo, para dar la primera bienvenida a los perseguidores más rápidos. El cansancio de nuestras piernas y el dolor en el pecho, al respirar ese aire frío, dejó de importar. Los primeros gritos de alerta llegaron desde atrás, acompañados por el chasquido de los arcos y el silbido de las flechas. Ni siquiera nos giramos a mirar, teníamos el deber de entregar nuestras vidas si era necesario. Pese a escuchar los gemidos lastimeros de algunos lobos, prueba de que los habíamos alcanzado, no sentimos alivio alguno. El grupo se estiró pues, solo los arqueros habían parado a soltar algunas flechas.
Nos sorprendió ver tan pronto, por un lado, a nuestra altura, un grupo de lobos corriendo velozmente entre los árboles, eso nos hizo virar hacia el lado contrario. Alguien gritó que nos estaban encauzando. Empuñamos las armas pero, nos emboscaron con facilidad. A nuestra izquierda nos esperaban, camuflados entre los arbustos, otro grupo de lobos. Dejaron que los primeros pasáramos y atacaron a los siguientes, los rodearon y saltaron sobre ellos. Lanzas, espadas y hachas contra garras y colmillos. Me paré un instante, preparado para combatir, vi como mis camaradas caían rápido, uno tras otro, salvo uno que consiguió superar el cerco. De un brutal hachazo partió la cabeza de una de las bestias y empujó a otra con su escudo, abriendo camino. Corría hacia mi cuando, uno de los guerreros telmori, a unos veinte pasos tras él, arrojó una jabalina. Se le clavó en el costado y cayó a tierra, ni su mirada ni sus palabras reclamaron mi espada. Ese valeroso guerrero volvió a alzarse, me dio la espalda, pidió a Orlanth su ayuda y lanzando el grito de guerra de los Colymar se arrojó al combate. Me concedió la ventaja necesaria para alcanzar al grupo en cabeza.

Leika nos ordenó correr hacia una colina escarpada en la que despuntaba una elevación rocosa. A pie no escaparíamos, era el momento de pararse y enfrentar al enemigo en una posición más favorable. -los dos hombres que escuchaban la historia, aferraban fuertemente su cayado y su lanza con ambas manos, deseando entrar en la historia para prestar ayuda a aquellos guerreros.
-La oscuridad comenzaba a ocultar el mundo y pronto, solo los ojos de nuestros enemigos contemplarían esa batalla. Había llegado el momento de invocar los poderes de los Vientos y la Tormenta de Orlanth y el poder de la Muerte de Humakt. Solo con su protección y sus armas conseguiríamos sobrevivir. Sin embargo, otro revés nos esperaba. Los telmori alcanzaron antes la colina y nos rodearon. El primer guerrero en subir se encontró ante una bestia mitad hombre y mitad lobo, erguido sobre dos patas. La criatura ignoró la arremetida de su lanza y de un solo garrazo destrozó su garganta. Nuestro camarada rodó por la pendiente mientras agonizaba de muerte. Los aullidos de los lobos en lo alto, llamando al resto de su manada, eran la señal que anunciaba nuestro fin.
Leika acudió al poder de Orlanth sobre las Tormentas. Desde su lanza dirigió un poderoso relámpago contra la bestia asesina, iluminando el lugar e impactando en la criatura que se creía invencible. Abatió al ser e inundó el lugar de un asqueroso olor a pelo quemado, además de prender en llamas algunas ramas que iluminaron el lugar. Pensamos que eso había prevenido al resto de atacarnos pero, no nos temían, solo esperaban. Formamos un círculo, preparados para luchar hasta el final.
Uno de los guerreros telmori, con rasgos más bestiales que humanos, soltó su lanza para acabar de transformarse dolorosamente en un lobo, mientras que, su compañero de cuatro patas, entre gruñidos aberrantes se transformaba en un hombre. Ni uno ni otro mostraron por ello intenciones menos siniestras. Solo pude apartar la mirada de ese horror cuando otro ser aún más pavoroso llegó hasta nosotros. A medio camino entre sus semejantes, ni totalmente lobo ni tampoco hombre, con un pelaje rojizo que lo diferenciaba del resto, manchado con chorros de sangre reciente y unos ojos que brillaban con profunda malicia. Le acompañaba una loba que pude reconocer, Rosga, la hermana de Garrgruf. Con ansia asesina, se abalanzó contra nosotros lanzando un espantoso rugido.

Era la señal que esperaba el resto para atacar. Yo pude adivinar su intención y me interpuse entre él y Leika, deteniendo apuradamente sus garrazos con el escudo y desviando sus fauces gracias a los vientos de Orlanth. Leika, astuta guerrera, dejó que otro lobo le mordiera sobre la armadura y aprovechó el momento para asestar un lanzazo al horrendo telmori rojo. El poder de la lanza de Orlanth unido a la suya le permitió superar su invulnerable pelaje. Aun así, el monstruoso líder de la manada no cedió. Sufrí entonces la primera herida pues la loba, Rosga, mordió mi pierna y hundió sus colmillos en mi carne. El dolor era atroz pero, conseguí resistir. No veía al resto de mis camaradas, los lobos habían saltado entre nosotros y ya no podíamos contar con la ayuda de los demás.
Usando mi espada, con su filo tocado por el poder de la Muerte, atravesé a la loba, liberando mi pierna. Su gemido de dolor enfureció al terror rojo. De un zarpazo destrozó mi escudo y con el segundo me arrojó contra un árbol. Leika consiguió asestarle otra lanzada pero, su lanza acabó partida. No fui capaz de levantarme y volver a la lucha. Dos telmori se acercaron para rematarme, si tenía suerte, o capturarme, para mi desgracia.

Algo detuvo la feroz matanza, algo que escucharon nuestros enemigos antes que nosotros.
No esperábamos salir con vida y mucho menos escuchar aquellos cuernos. Pertenecían a una tropa única del ejército imperial, los jinetes de Jomes Cazalobos, un comandante imperial que derrotó a los Telmori hacía años y recibió parte de sus territorios como premio.
Los aullidos de nuestros enemigos cambiaron, se mezclaron rápidamente con gemidos, relinchos y cascos de caballos pisoteando la tierra. Me incliné con gran dolor hacia Leika, aún resistía empuñando espada y escudo, junto a ella, también aguantaba en pie Mirtheya, llena de zarpazos y sangre. Nuestro terrible enemigo lanzó un furioso rugido a las dos guerreras antes de huir junto al resto de su manada.
El sonido del combate se iba acercando a nuestra posición, las dos me lanzaron una mirada, dudaban entre ayudarme o seguir con la misión. Les hice una señal para que se marcharan de allí. Las vi desaparecer en la oscuridad junto a otro guerrero que aún podía andar. -Herentaros y Heothal sintieron alivio al escuchar esto, aunque el viejo ya debía imaginar algún desenlace favorable para ella.

-Los soldados llegaron hasta nosotros, -continuó Jorakos- pude ver a uno de ellos dando muerte a una de esas criaturas con su cimitarra plateada. Alcancé a ver un fulgor rojizo recorriendo el filo del arma. Al encontrarnos con vida, descabalgó y llamó a gritos en su lengua norteña. Pensé que, después de todo, acabaríamos muertos o vendidos como esclavos pero, el capitán del destacamento se sorprendió de nuestra presencia.
Habían aumentado los asaltos de los telmori más allá de sus territorios y esperaban un ataque mayor. Salieron a patrullar la región, la víspera del día salvaje, para prevenir una posible incursión y mantenerlos a raya. Su intención era dar muerte a sus líderes más agresivos. En el pasado, los telmori, habían acabado con una tribu orlanthi entera, aliada del imperio, dejando muy pocos supervivientes de sus clanes. No pensaban permitirlo de nuevo.
No esperaban encontrar a ningún orlanthi recorriendo esas tierras. Nos llevaron a la Fortaleza del Lobo para tratar nuestras heridas y preguntarnos por los telmori, las granjas arrasadas y el motivo que nos llevó tan lejos de nuestro territorio. No nos trataron mal. En cuanto pudimos movernos sin ayuda, nos dejaron ir con una caravana que iba hacia Puerta Rúnica.

Antes de partir, observé la cara de uno de aquellos soldados veteranos, que había luchado durante años contra los salvajes. Su cara reflejaba todo lo que había visto y el peso de sus camaradas caídos. Recordé al oficial sacrificado en aquel ritual de sangre, dejado como carroña, que nunca recibirá honores ni sepultura. -el guerrero varmandi acaba su historia con un pensamiento que no quiere en su cabeza y decide ponerle remedio.
Desata la pernera de bronce de su pierna derecha y se arremanga las calzas de lana.
-Esta es la marca que me quedó del bocado de aquella loba -cicatriz que sus compañeros contemplan con admiración y curiosidad a la luz de la hoguera.
-En noches oscuras y frías como esta, cuando me encuentro en parajes solitarios, con algún pobre tonto desprevenido, un ansia salvaje me llama desde el interior y solo puedo pensar en saborear de nuevo la sangre caliente y desgarrar su carne con mis dientes -palabras que pronuncia Jorakos con voz áspera y mirada fiera, mientras se levanta lentamente sobre sus compañeros, abriendo las manos como garras y enseñando sus dientes.
El viejo Herentaros, más pálido que de costumbre, cae de culo mirando fijamente a su compañero, intentando encontrar su cayado tanteando el suelo con la mano.
En cuanto Heothal rompe a reír, Jorakos tampoco puede aguantar más y suelta una sonora carcajada.
El anciano no puede creer como, alguien de su experiencia, ha podido morder el cebo y refunfuña malhumorado. Esto hace reír aún más a los dos guerreros.
-¡Parad de una vez, malditos borregos! -les grita el viejo- ¡Será posible! ¡Hijo de una cabra eurmalita! ¡Si seguís haciendo ruido vais a acabar atrayendo una criatura que no os hará tanta gracia! -estas últimas palabras, muy sensatas, hacen que los tres se calmen.
-¿Y bien? -pregunta Herentaros, recuperando su curiosidad- ¿Qué hay del encuentro con la Reina Kallyr?
-Leika lo logró -contesta Jorakos más contento que de costumbre. -Llegaron al encuentro y Kallyr le contó lo que estaba preparando. Semanas más tarde, volvió a nuestras tierras con comerciantes de otras tribus, hablaron con el Rey y los clanes Colymar comenzaron a prepararse para unirse a la Rebelión de Kallyr. Eran días de esperanza, espero que volvamos a verlos.
-Será mejor que intentemos dormir con ese deseo en nuestros corazones, yo vigilaré primero -sugirió Heothal, alimentando el fuego con un tronco.
Ninguno de los tres dijo nada más esa noche.



Casi podemos imaginar cómo, en tiempos lejanos, las personas sentían verdadero pavor a la noche, de los bosques y figurarnos por qué muy pocos deseaban aventurarse lejos de sus aldeas.
Los mismos temores les hacían recelar de los extraños que llegaban a su puerta pues, nunca sabían qué era lo que estaban dejando entrar.

¡Les deseo feliz Halloween pero, tengan cuidado ahí fuera, en la oscuridad!


Entre las imágenes utilizadas se encuentran algunas del juego Far Cry.
Una imagen retocada de la que podéis encontrar su original en la galería de su autor.

Y esta última del juego de ordenador King of Dragon Pass.