¡Saludos orbitales!
Por
aquí ando, liadillo con varias cosas, por eso no pongo más cosas aquí.
Por
un lado he podido preparar y probar una partida nueva para mi grupo habitual.
Salió bastante bien y ajustada perfectamente en una sola sesión.
Por
otro lado, estoy terminándome de leer las reglas de M-Space, empecé con el pdf
definitivo pero, ahora ya tengo el libro en papel en casa. Una gozada. :D
Estoy
escribiendo una aventura de ci-fi “homenaje”, de esas cosas que me hacen gracia
por algún motivo y preparo una versión a mi gusto. Ya os diré dónde aparecerá.
;D
También
voy cogiendo detalles del sistema para la otra aventura ci-fi, original esta
vez, con la que me pondré a continuación.
Ambas
muy lejos del sistema solar en un futuro distante.
Sin
embargo, lo que me trae hoy por aquí es este relato tonto que me apeteció
escribir, al ver una imagen parecida a esa que pongo ahí abajo. Pensé “Vaya,
ahí hay una historia” y poco después “Pues mira, si, esta misma”. xD
Una historia que
imaginé que me contaban
Carta
de mi amiga Ylana:
Hace
tiempo que no nos vemos, casi dos años ya, por lo que decidí escribirte, es algo
que no puedo contar a nadie más por aquí, no me entenderían.
No
hace mucho de esto. Llevaba unas cuantas noches con problemas de insomnio y
dolores de cabeza.
No
era la única a la que le venía ocurriendo. En el pueblo todos tenían sus
remedios caseros o directamente se medicaban sin receta. No soy amiga de
experimentar químicamente con mi cuerpo, así que elegí lo que me pareció más
inocuo.
Una
de las cosas que siempre me dijeron fue que, lo mejor para dormir por la noche
era contar ovejas.
Debes
recordar que, en mi familia, siempre hemos sido gente muy literal.
Así
pues, aquella noche, preparé mi saco de dormir y salí de casa hacia las afueras
del pueblo, donde hay corrales con ovejas.
Elegí
uno donde el rebaño estaba reunido tras el cercado.
De
entrada me parecieron curiosos los sonidos que emitían los animales, murmullos
con una cadencia acompasada. Me fijé en que todas ellas se disponían formando
un disco, mirando hacia un punto en el centro del cercado, como si observaran
algo que se encontrara en el terreno.
Pero
no había ido hasta allí para estudiar el comportamiento nocturno de las ovejas.
Comencé
a contarlas, aunque no debí hacerlo en voz alta, ya que notaron mi presencia y
enmudecieron al instante. Se giraron todas al unísono para observar a la
culpable de interrumpir su canturreo.
Por
supuesto, ante esas miradas de ojos brillando en la oscuridad, tampoco pude
continuar, incluso perdí la cuenta.
Esos
tensos momentos de intercambio de miradas, en los que ninguna de las partes
dice nada, fueron rotos por una voz ovina y ronca, que resonaba como la suma de
todo el rebaño.
-
“¿Eres tú una elegida, llamada a compartir su mente con las huestes de
Utuphrem?” –me preguntaron ante mi estupor.
-
“¿Deseas beber del ídolo de obsidiana de Unukalhai?” –insistió el espantoso
vozarrón, mientras mi ignorancia me impedía escoger algo adecuado que responder.
-
“¿Has venido a aprender de los signos grabados, sobre los misterios del cosmos?”
–la verdad es que era una oferta tentadora y me aproximé al cercado con
intención de saltar dentro.
-
“Únete a nosotras en los acordes para afinar el vínculo de acceso. Llevamos
días preparándonos.” – ¡Así que era eso lo que hacían!
Me
pareció espeluznante que se pusieran de pie sobre dos patas y me abrieran un
pasillo. Llegué hasta una piedra oscura trapezoidal casi hundida en la tierra. Unos
símbolos, similares a grietas, palpitaban por toda su superficie con una luz pálida
ligeramente verdosa.
No
recuerdo qué pudo más, si mi curiosidad o mi espanto hacia esas extrañas
ovejas.
Desperté
en mi habitación bien entrada la mañana, mi saco de dormir estaba guardado en
su sitio y mi ropa de calle plegada en la silla, como de costumbre.
Repasé
mi pesadilla mientras me duchaba, por la curiosidad de saber cómo acababa, pero
no hubo manera.
Durante
el desayuno escuchaba las noticias, cuando empezaron a hablar de mi pueblo. Una
mujer había encontrado un meteorito en sus terrenos, comentaban la suerte que
tuvo, al no impactar contra ninguno de sus animales.
Era
la granja de Catharina van Tovenaars, una pintora holandesa un poco extraña que
venía a la biblioteca buscando libros raros y antiguos, la única que se llevaba
libros en otras lenguas. Yo me fijo en esas cosas.
Creo que fue su granja la que vi en mi pesadilla.
El meteorito que mostraban por la tele tenía una forma trapezoidal pero no se apreciaban símbolos. Por supuesto, tuve que pasarme por allí a verlo con mis propios ojos.
El lugar estaba lleno de vecinos, periodistas, cámaras, policía y gente con trajes blancos, máscaras de protección y aparatos de medición.
Al
acercarme, todas las ovejas comenzaron a balar a la vez, causando un escándalo
tremendo.
Me
fui de allí enseguida, antes de que a alguien le diera por relacionarme con ese
extraño comportamiento. ¡Malditas ovejas!
El
caso es que no volví a sentir dolores de cabeza y tengo menos problemas de
insomnio.
Cuando
puedas venir a visitarme, te llevará a ver la piedra del espacio y a ese rebaño
de ovejas locas.
Besos
y abrazos.
Tu
amiga Ylana.
Seguro
que alguien saca una historia mejor de esa imagen, pero esta es la que me pasó
por la cabeza. ;P
Me despido hasta dentro de unos días o semanas, recomendando que, a la hora de acostaros, mejor que contéis olivas, caracoles, pétalos, libros de la estantería, ...zzz ...zzz.