miércoles, 31 de octubre de 2018

La Extraña.


Buenas noches, si deseáis recordar la historia previa a esta, leed aquí.
Si necesitáis darle un orden cronológico a todos los relatos que comparten los mismos personajes, la entrada anterior os ayudará.

Otro año más, me asaltan terrores surgidos de los portales ocultos en las fronteras de la visión.
Un fuerte golpe frente a mi puerta y aguanto la respiración, acostado, a oscuras, esperando lo que vendrá después. Nada ocurre, solo el silencio.
¿Acaso ese sonido no proviene del otro lado de mi puerta, sino del eco de esos recuerdos que no me pertenecen?
Para tranquilizarme, lleno mi mente con una melodía agradable, sin advertir que ya no estoy dónde debiera.

Los tres hombres escuchan una alegre canción, canturreada por una voz femenina, cada vez más cerca.
Les sorprende encontrar a alguien, tan lejos del camino. Quizá venga atraída por el fuego que acaban de encender para acampar esta noche. Guardan silencio mientras escuchan inquietos los sonidos del bosque, podría haber alguien más.
La última luz del día les permite ver a la mujer, una guerrera de pelo corto y rojo, vestida como una orlanthi, con los tatuajes de clan y de las hijas de Vinga en brazos y cara. Se acerca hacia la hoguera directamente, tirando de su montura. Los mira con gesto amable y detiene su canto.
- Pensé que no sería mala idea, alertaros de mi llegada. No querría daros un susto, después de todas esas historias que os habéis estado contando estas noches. Podríais haber intentado matarme antes de presentarme. –Unas primeras palabras que consiguen desconcertar a los dos guerreros e incluso al anciano.
- ¿Cómo sabes que no somos unos bandidos sin clan? –pregunta Herentaros a la extraña.
La mujer observa divertida al único de los tres que jamás podría pasar por un bandido.
- Os llevo siguiendo a vosotros dos –señalando al viejo y a Jorakos– desde que os vi dejar el camino de Murallas Blancas. Al principio pensé en robaros, para daros una lección, por aliaros con las tropas lunares pero, después de escuchar vuestras historias, creo que evitáis granjas y ciudades, seguramente, por lo contrario. No queréis que sepan a dónde os dirigís.
La extraña, complacida al verles mirarse entre ellos, sin saber que decir, comienza con una de las más extendidas costumbres orlanthi.
- Mi nombre es Dalustana, hija de Haldovan, de la Tribu Lismelder, del Clan Frontera del Pantano. Sigo la senda de Vinga, Diosa de las mujeres guerreras, hija de Orlanth. Era joven durante la rebelión de la Reina Kallyr contra el imperio pero, su valor me inspiró a tomar el rojo.
Herentaros hace lo propio, seguido de Heothal, por último, el inquieto y desconfiado Jorakos, que parece ser el único que no recibe con agrado, la idea de que la vingana pase la noche junto a su fuego.
El viejo Sabio Gris, por supuesto, no desaprovecha la oportunidad de aprender algo más de la mujer.
- Si has estado escuchando nuestras historias, como dices, sería justo que nos dejaras escuchar una propia.

La guerrera, tras acomodarse y entrar en calor, accede sin más insistencia, mientras el manto de oscuridad oculta el mundo en torno suyo.
- La historia que os voy a contar ocurrió hace cuatro inviernos. Fui con mi hermana de espada, Furalda, a pasar la Estación Oscura a la granja de mi hermano Ildovan, a orillas del Pantano Elevado. Él y otro grupo de espíritus valientes, habían decidido retomar las ruinas de unas antiguas granjas muy cerca del Pantano, abandonadas hace muchos años –aclara la vingana.
- Los últimos años habían pasado tranquilos. Hacía largo tiempo que no se producían ataques de los horrores sin vida que moran en el Pantano, engendros creados por Delecti el Nigromante.
- Un grupo de durulz, saqueadores de ruinas, habían vuelto tras unos días en el interior del pantano. Esos pequeños incordios picudos emplumados son los únicos capaces de sobrevivir tanto tiempo allí, sin que los horrores de Delecti, que matan a los intrusos, les den caza como al resto de criaturas vivas.
- Estaban muy contentos, habían encontrado una nueva isla por explorar. Según contaban, siempre les había parecido un simple manglar que habían rodeado pero, oculto tras los árboles retorcidos, la maleza y otros restos arrastrados por la corriente, había un antiguo templo medio hundido.
- En una corta incursión a la zona seca, hallaron muchos objetos de bronce, una jarra y copas de plata, unas figuras de piedra con símbolos en su planta y una diadema de oro. Se toparon con poca resistencia y podrían haber muchos más tesoros donde encontraron esos.
- Aquella noche fue de celebración, humanos y patos juntos por igual, pues todos esperaban mejorar su fortuna en las semanas siguientes. Furalda desapareció pronto, había escogido a un compañero para gozar de la noche.
- He de confesar que yo también me entregué al festejo y bebí con despreocupación –añade la guerrera con un claro tono de remordimiento.

-Ildovan andaba molesto conmigo aquellos días pues, su hija mayor, Zerila, a un año de pasar la iniciación de la mayoría de edad, estaba decidida a apartarse del camino de la Madre Tierra, Ernalda, y seguir mi ejemplo, la senda de la guerrera, entregándose a Vinga.
- Zerila escuchaba atentamente todas las historias de batallas y actos de valor que le contaba. Aquellas que escuché a mi padre y ahora, relataba a mi sobrina.
- Al acabar, cada vez, ella me decía: "Tía Dalus, yo me convertiré en una gran guerrera, como tú, conoceré a la Reina Kallyr, a otros grandes héroes y combatiré a su lado para liberar Sartar" –un momento que le gusta recordar.
- Su madre también me demostraba un odio intenso, aunque yo me centraba en la felicidad de mi sobrina. Hay cosas que no puedes desatender en esta vida y, una de las importantes, es la llama que arde en tu interior.
- Con el paso de los días, pude sorprender a mi hermano observando orgulloso a su hija, mientras practicaba conmigo algunas lecciones de espada. Supongo que ya no había disputa entre nosotros –una expresión amable vuelve a asomar al rostro de la vingana, aunque pronto la sustituye una más oscura, cuando su historia vuelve a la noche de la celebración.

- El ataque de aquella noche fue inesperado. El cuerno de la torre de vigilancia suele alertar con tiempo de una amenaza surgiendo del Pantano. Lo primero que escuchamos esa noche fueron los gritos de terror. Sin embargo, conocíamos la causa, los que vivimos en aquellas tierras lo tenemos siempre presente. Empuñamos las armas y salimos a enfrentar a la muerte, mientras rogamos la ayuda de nuestros dioses.

 - Hombres, mujeres y niños corrían en pánico, escapando o combatiendo a esos engendros. Los patos, sin embargo, se organizaban tranquilamente para acabar con algunos de ellos. Algo ocultaban esos pequeños bastardos que les permitía recorrer el Pantano sin preocuparse de los muertos.
- Mi hermano espoleaba a sus vecinos para formar un frente unido y proteger la casa más sólida, donde corrían a refugiarse los más indefensos.
- Vi a Furalda salir de un establo con un chico joven. Ambos armados combatían a los muertos, algunos simples esqueletos pelados y otros con carne podrida aún pegada a sus huesos. Retrocedían hacia nosotros, cuando apareció un engendro enorme. Parecía un troll, aunque hacía tiempo que le había abandonado la vida. Furalda apenas podía moverse con todas esas garras huesudas aferrándose a ella. El troll reanimado alzó su enorme mazo y tumbó a mi hermana con su brutal golpe, otros se le echaron encima y ya no volví a verla.
- Quise acercarme pero, aparecieron más carroñas de trolls. Algo iba mal, este ataque no era como los que recordábamos. Uno de los patos, un Espada de Humakt, Dios enemigo de los Muertos que retornan para atormentar a los vivos, se lanzó confiado contra el esqueleto de un troll, todos esperábamos que lo derrotara con un solo golpe de espada, el poder de Humakt estaba de su lado. 
- Su espada quedó atravesada en el enorme escudo y de un garrotazo mató al pequeño guerrero, hundiendo su cabeza en la tierra. El pánico se extendió entonces como el fuego entre los patos restantes, que huyeron cargados con su botín mientras gritaban: "¡Nos pueden ver, corred!, ¡Éstos nos ven, quedarse a luchar es la muerte!, ¡Huyamos hacia el rio!" –la guerrera intenta poner una voz ridícula para imitarlos.
- Con esos cobardes en retirada se abrió una brecha en nuestra débil defensa. Mi hermano bramaba que debíamos sacar de allí a los niños, retirarnos al fuerte del clan y avisar del ataque. "¡Llévatelos, sácalos de aquí!", me gritó, "¡Los dejo en tus manos!" –Dalustana se toma unos segundos para continuar.
- Yo me hubiera quedado allí, hasta el final, pero no podía fallarles, mis sobrinos no debían morir así, no de esa terrible manera. Dejé atrás a los defensores para salvar a los indefensos.


- Cuando entré en la casa, los chillidos y los llantos apagaban el ruido de la madera cediendo. Una de esas carroñas se abría paso con fauces y garras en la pared de atrás. Alcancé a coger un hacha y le partí el cráneo al entrar. Aquel hueco fue nuestra salida. Cuando comprobé que por detrás estaba más despejado les di la orden de correr.
- Zerila había cogido una espada y, pese al miedo, parecía dispuesta a ayudar. Se quedó a mi lado y combatimos juntas contra los engendros que surgían de la oscuridad, mientras los más desvalidos corrían hacia la salvación.
- Los muertos eran demasiados y estaba perdiendo de vista a algunos niños, así no conseguiríamos llegar al fuerte. Les grité que fueran hacia el río. Esperaba que esos patos malnacidos salvaran a algunos en sus botes. Si me sacrificaba yo, como había hecho mi hermano, era posible que algunos lo consiguieran pero, no podía condenar a Zerila. La mandé a proteger a sus hermanos, que los condujera hasta el clan, dudó un momento pero obedeció.
- Los más lentos aún llegaban hasta mí, los ancianos y los enfermos, perseguidos por guerreros troll podridos o descarnados. Una anciana que se apoyaba en un bastón cayó al suelo y decidí plantarles cara allí mismo.
- Con la espada brillando en una mano y un hacha en la otra, la agilidad de Vinga guiando mis pies y los vientos protectores de Orlanth envolviendo mi cuerpo, bailé la Danza de la Segunda Muerte para esas cosas.
- Con cuatro de ellos destrozados en tierra, vi llegar a un guerrero herido que caminaba con dificultad, luego otro y otro más. Por un latido de mi corazón creí reconocer a mi hermano, solo que ya no era él. Los que se acercaban habían sido una vez familiares y amigos, ahora, ya formaban parte de esa horda de muerte. El dolor de ver así a Ildovan era intenso pero, mi deber de hermana era acabar con esa burla y liberar su espíritu.
- Cargué contra él, intentando poner fin rápidamente a su pena, sin embargo, su escudo detuvo mi embestida y su espada se trabó con mi hacha. No sabría decir si aún quedaba algo de Ildovan, que recordara cuando peleábamos de niños o si, las dudas que me atormentaban al atacar a mi propio hermano, convertían mis movimientos en ataques lentos y torpes.
- Mientras luchaba con el cadáver de Ildovan, otros tres cuerpos, antiguos amigos, me rodearon. Pronto me uniría a ellos, el pesar por mi hermano iba a acabar conmigo. Un breve pensamiento en mis sobrinos fue lo que me salvó, la idea de protegerles. Dejé de ver a amigos y familiares en esos muertos, solo eran siervos de los poderes retorcidos de Delecti. Luché con ellos como lo haría con cualquier enemigo, con odio, sin piedad, no tomarían mi vida. Lancé un golpe de mi espada, un señuelo para apartar su arma y, con el hacha, asesté el golpe final, conseguí separar la cabeza de sus hombros. Mi hermano encontraría el camino natural a los Salones de Orlanth.
- Aún me hallaba rodeada. Corté un brazo a un lado, una pierna a otro y seguía luchando en inferioridad. La oscuridad me hizo cometer un error. Éste enemigo no siente el dolor de las heridas; desde el suelo, uno de los muertos se arrastró y se agarró a mis piernas. Perdí así mi mayor ventaja. Desviaba sus ataques a la desesperada, intentando sacudirme el cuerpo que me retenía.
- Para mi sorpresa, un grito a mi espalda anunció el duro golpe contra la cabeza de ese condenado. Con el cráneo partido, me soltó al instante. La anciana no había huido, con su bastón en una mano y un cuchillo en la otra, se arrojó con rabia sobre uno de ellos. No podía con él pero, lo aferraba con toda sus fuerzas. Vi entonces, las oscuras siluetas silenciosas de docenas de cuerpos dirigiéndose al río. La mujer me gritó desesperada: "¡Corre, salva a los niños!, ¡Yo no lo conseguiré, corre!".
- Decidida a dejarla hacer su sacrificio, empujé al último cuerpo, que intentaba reclutarme para los muertos, y corrí impulsada con el coraje infundido por la misma Vinga.

- Superando a esas sombras sin vida, que se dirigían lentas e implacables hacia los supervivientes, pude ver una figura tremenda y espantosa. Era la única de esas cosas que hablaba, les señalaba una dirección y la horda de muertos le obedecía. Giró su cabeza, la de un troll horrendo, y me miró. Sentí como una ola gélida y mortal atravesaba mi pecho, me hizo tropezar pero, me levanté rápido y seguí corriendo, lejos de ese horror.
- Llegué al río en la oscuridad, atravesando ramas y arbustos, guiada por los gritos y los sonidos de lucha. Cuando pude contemplar el lugar, la visión fue abrumadora. Algunos botes, cargados con niños, empujados por los patos que nadaban a su alrededor, ya se alejaban. Los últimos botes, en cambio, no habían podido alejarse de la orilla, mujeres, ancianos y algunos niños luchaban por sus vidas contra enemigos insuperables. Algunos habían intentado cruzar a nado pero esas perversas carroñas los hundían en las aguas. Asesté dos golpes a sendos cuerpos, liberando así a otro de los botes que consiguió partir.
- Allí, con el agua por la cintura, pude reconocer a Zerila, acuchillando a un enemigo, junto a un bote. Otro muerto se acercaba a ella desde la orilla. Salté al agua para protegerla y grité su nombre para avisarla. Dos niñas en ese bote chillaban aterrorizadas llamando a su madre. Zerila dejó de acuchillar y me miró. Sentí como el aliento de vida me abandonó y perdí toda razón para seguir luchando. Sus ojos, totalmente blancos, sin vida, se fijaron en mí, vacíos de emoción. Su boca de labios oscuros, abierta en una grotesca mueca babeante, se movía sin sentido. El tesoro más preciado de este mundo y la había perdido para siempre. Las lágrimas manaban de mis ojos como torrentes. El cuerpo que mi sobrina había acuchillado, la madre de las niñas del bote, flotaba sin vida en el agua.
- Zerila vino directamente a mi encuentro. Detuve sus golpes por puro instinto, pensando si debía dejarla aplicar su justo castigo, por haberle fallado. La idea de ceder al dolor, unirme a mi familia en la muerte y esperar el día en que alguien pusiera fin a esa existencia, cobraba fuerza en mi cabeza.
- La lucha desesperada de otros supervivientes dejó de importar. La mujer asesinada por el cadáver de mi sobrina comenzó a retorcerse en el agua, para terror de sus hijas. Un anciano, rodeado de muertos, la última línea de defensa, antes de llegar a los botes amarrados, alzó un ruego a los cielos y Orlanth, ante su coraje, no hubo sino más que responder.
- Un sonido atronador anunció el relámpago, que golpeó el lugar donde se hallaba el viejo. Cuando la luz cegadora lo permitió, pude ver un círculo en la orilla formado por cuerpos humeantes e inmóviles. El anciano ya no estaba, otro sacrificio de un alma valerosa. El estruendo y la luz habían detenido a la interminable horda que, por un suspiro, dejó de cosechar muerte.
- Fue ese el momento en que la llama de Vinga retornó a mi corazón. Aún desgarrada por la perdida, encontré la fuerza suficiente para asestar el golpe con mi espada y liberar a Zerila de su condena. Recogí su trenza cortada para nunca olvidarla.
- Los gritos de las dos niñas ante su madre muerta, que intentaba volcar el bote y ahogarlas, devolvieron a mi cabeza el sentir y el deber de una guerrera de mi clan. Aniquilé el cuerpo sin vida que las atormentaba y a otros dos engendros que volvían a su miserable tarea. Salté al bote y lo alejé de la orilla. Los pocos que quedaron atrás no tenían salvación posible. Me concentré en remar para poner a aquellas niñas a salvo. Solo descubrí las heridas abiertas en mi cuerpo, cuando la debilidad me ganó la batalla y me desplomé. –Su respiración agitada vuelve a serenarse una vez llega a este punto.

- Se dio la alerta y el clan preparó un contrataque con la luz de la mañana pero, todo había acabado, solo quedaban los restos desechos, muchos de nuestros muertos no aparecieron.
- Mis otros sobrinos habían sobrevivido, Zerila puso a salvo a sus hermanos en los botes de los patos y se quedó atrás, a luchar, como una guerrera.
- Funestos pensamientos me acompañaron durante un tiempo pero, decidí rechazar la invitación de Humakt y permanecer en la senda de Vinga. Esta trenza siempre me recordará cual es mi camino, solo que, alejada del Pantano. No soportaba la idea de despertar en aquellas tierras y sentir cada día esas atronadoras ausencias.
- Sigo pensando que los patos conocen el motivo del ataque, que quizá lo provocaron ellos. Un día volveré, con un poder que me respalde, y buscaré a ese ser, con el cuerpo de un troll podrido, lo bastante inteligente y poderoso para comandar una horda de muertos.

El relato de la vingana, deja aturdidos un rato a los tres hombres. Jorakos se avergüenza de haber dudado de la mujer.
- Es una historia triste, guerrera. Siento tu perdida y creo que mis compañeros pensarán del mismo modo –Heothal habla el primero y los dos aludidos asienten con la cabeza.
- Espero que sus espíritus hayan encontrado el camino al Salón de vuestros Ancestros –un buen deseo de Herentaros que la vingana acepta con agrado.
- Pero dime, muchacha –añade el Sabio Gris– ¿Qué te lleva a recorrer el camino hacia el sur en la Tierra Heortiana?
La mujer no dudó un segundo y, mientras acariciaba con los dedos la trenza que portaba colgada en su cinto, contestó:
- Deseo conocer a la Reina Kallyr, a otros grandes héroes y combatir a su lado en la liberación de Sartar.
Los tres hombres cruzaron miradas, decidiendo quién debía proseguir. Fue Herentaros el que habló, haciendo hincapié en el riesgo que suponía decir algo así en voz alta.
- No deberías lanzar esas proclamas con tanta ligereza ante unos extraños, no conoces nuestras lealtades ni cómo podríamos reaccionar –le advierte el viejo con carácter severo, aunque la guerrera sigue en un tono suave.
- Viajáis evitando pueblos y ciudades, dificultando así que sigan vuestra ruta, y os apartáis de los caminos para no cruzaros con las patrullas de soldados lunares. No queréis dar explicaciones sobre vuestro viaje a nadie. Estoy segura de que, mis palabras, no han molestado a ninguno de vosotros. Además, recordad que escuché la historia de anoche, sobre el encuentro con los Telmori –explica sin alterarse pero, con actitud decidida.
Los hombres volvieron a mirarse entre ellos, esta vez, sin poder evitar una media sonrisa, divertidos por la agudeza de su invitada, que podía leer sus intenciones con tanta claridad.
El viejo siguió poniendo a prueba su determinación con otra pregunta.
- Y dime, muchacha –dijo remarcando la palabra en un intento de provocarla– ¿Que te hace pensar que, viajando hacia el sur, encontrarás a Kallyr?
La vingana aceptó el juego de Herentaros, como parte del ritual necesario para ser aceptada.
- No es el sur lo que me interesa, anciano, es este grupo el que me conducirá hasta ella, tarde o temprano.
Volvió a dejar a los tres hombres asombrados pero, rápidamente, explicó sus palabras.
- No sois amigos del imperio y, sin embargo, dos de vosotros habéis visitado Murallas Blancas, conquistada hace poco, saliendo después por la puerta, vivos. Eso os señala como enviados de alguien con cierto poder, alguien neutral quizá. Los intentos de ocultar vuestros movimientos al imperio, me hacen sospechar que pretendéis contactar con alguien importante del otro bando, entre los rebeldes orlanthi.
Satisfecha con su explicación, le pone un remate final.
- Los poderosos siempre traman y se alían unos con otros. Estoy segura de que me pondréis en la senda correcta.
Ver al viejo congelado, sin saber que decir, arranca unas leves risas a los dos guerreros. Cuando se recupera y puede componer una respuesta adecuada, Herentaros procura llegar a un acuerdo.
- Bueno, está claro que no podemos sacarte esas ideas de la cabeza pero, nos alegrará que nos acompañes, mientras lo creas oportuno.
Aunque la noche la pasarán hostigados por la terrible historia de la guerrera del Pantano Elevado, todos sentirán el alivio de tenerla acostada junto a su hoguera, por lo que puedan encontrarse.


Así llegamos al final de esta pesadilla, que nos advierte de no festejar cerca de la morada de un Nigromante y a fijarse cuándo un pato sale por patas, saludable instinto que deberías imitar, en una noche como esta. ;)
¡Una vez más, os deseo terroríficas noches y Feliz Halloween!


Entre las imágenes utilizadas se encuentra la de SilviuSadoschi al principio y varias de Dario Corallo.
La imagen de la luna roja la he retocado a partir de una imagen de Pixabay, otra imagen de Corallo y una escultura de Stepan Nikolaev.
Y esta última, que es la imagen de portada de Great Horror Stories: Tales by Stoker, Poe, Lovecraft and Others.

domingo, 21 de octubre de 2018

Murallas conquistadas.


Hace mucho que dejé olvidada la intención, no obstante, las imágenes de aquellos sucesos no me abandonan y me recuerdan, de tanto en tanto, que debo darles luz, pues soy el único testigo de lo acontecido en aquel mágico y lejano lugar. Quienes deseen recordar cómo empezó la historia, pueden leer la primera parte.

En la torre más alta de la antigua fortaleza, una cámara ha sido lujosamente acondicionada para albergar a uno de los tesoros más preciados del clan EelAriash.
La sensual sacerdotisa medita recostada en un triclinium, con un pesado tomo entreabierto apoyado en su regazo. El ambiente gélido no parece afectar a su pálido cuerpo, cubierto por un vaporoso vestido de seda que ofrece poca protección.

Los pesados pasos de un calzado de invierno, acompasados con el repiqueteo de las piezas de una armadura de bronce, se escuchan cada vez más cerca de su puerta. La vieja madera suspendida en los goznes gruñe al ser empujada. Las dos guardias que flanquean la entrada en el exterior de la estancia permiten el paso al veterano oficial.

- ¡Gloriosos días tengáis Bendita LumEel, Brillante Rayo de Rashorana!, disculpad mi intrusión -estruendosas palabras, arrojadas con vigor militar, que rompen el silencio de la cámara y la concentración de su ocupante.Sin embargo, la joven muestra una expresión alegre, prestando al hombre su total atención:
- ¡Capitán Velonio, cuanta formalidad! Debería de esforzarse un poco menos. Los devotos de Yanafal tienen permitido relajarse, si no estoy mal informada. ¡Hemos vencido, procure disfrutar del momento, hágalo por mí! -le pide en actitud risueña mientras acaricia el pectoral de bronce decorado con motivos históricos. Repentinamente cambia de tema:
- ¿Han llegado ya? ¿El Sabio Gris se ha presentado como Herentaros? -adelantando las noticias del oficial.

- ¡En efecto, Bendita LumEel! Los dos hombres fueron conducidos a la Sala del Grabado, se les ha ofrecido un plato caliente y vino tibio, después he retirado a mis legionarios, dejándoles hablar en privado. No se les han retenido sus armas. Todo como ordenasteis -el estricto militar permanece firme, inflexible, con el casco colocado bajo el brazo.

- Bajaremos ahora, encuentro agotadores estos densos volúmenes del Antiguo Wyrmico, ansío conocer a nuestros invitados –admite, al tiempo que gesticula órdenes con las manos a sus guardias y criadas, que esperan fuera, para seguirla allá donde vaya.

Un leve gesto de resignación asoma en el semblante del Comandante, antes de acelerar el paso en pos de la Noble Dama a la que debe obediencia.

Abandonan la torre principal, cruzan el patio, marcado aún por los proyectiles incendiarios del asalto imperial, y se adentran en la gran construcción, semejante a un templo. Los soldados, antes distendidos en su labor de vigilancia, se tensan y recuperan su porte ante la llegada de la ilustre luz que los guía. Yanafal no quiera que LumEel "la Insidiosa", los haya visto desatender sus deberes durante un solo suspiro.

El viejo y el guerrero, han acabado la frugal comida que se les ha ofrecido y aguardan en la gran cámara abovedada, la llegada de la autoridad al mando. En la sala pueden sentir un calor agradable que parece emanar de la misma piedra bajo sus pies. El movimiento de las llamas en los braseros otorga vida a las inhumanas figuras de los relieves en las paredes, mientras el crepitar de las ascuas, arroja ecos sobrecogedores por toda la estancia.

El Sabio Gris se encuentra arrodillado, examinando las runas y símbolos del suelo, cuando vuelven los conquistadores de este sagrado lugar.

El veterano oficial de Yanafal, se adelanta unos pasos para plantarse frente a ellos y anunciar a su Señora:
- ¡Sobrecogeos ante la Bendita LumEel, Brillante Rayo de Rashorana!

La joven sacerdotisa avanza con paso lento pero firme, observándolos fijamente, hechizándolos con su presencia, como una serpiente antes de lanzarse sobre su presa.
La luz del fuego, el humo que enturbia el ambiente y quizá algún poder mágico que desconocen, muestran a la sacerdotisa imbuida de un aura divina, una visión impresionante que los somete durante unos instantes, los enmudece y quedan inmóviles.

La mujer estudia cada pequeño detalle, cada marca, cada tatuaje distintivo y espera a la primera reacción del más anciano. Justo cuando éste parece recuperarse de su estudiada entrada y va a decir una primera palabra, ella se adelanta, tomando la iniciativa:
- Bienvenidos seáis, Herentaros el Clarividente, y vuestro compañero, Jorakos, guerrero del clan Varmandi, de la tribu Colymar. Deseo que transmitáis mi agradecimiento a la Reina Hendira, por haber enviado hasta aquí a un Sabio Gris tan reputado.

El viejo Herentaros se entrecorta al haber perdido la oportunidad de presentarse por sí mismo, como es típico entre los orlanthi, mientras, Jorakos guarda silencio, fascinado por la figura de esta mujer extranjera.

No obstante, aun bajo el tono sereno y suave de la sacerdotisa, su voz les transmite una sensación de pavor, un peligro oculto que les hace levantar la guardia y atender intranquilos a sus palabras.

Herentaros inclina su espalda con esfuerzo y consigue añadir:
- Es un honor servir a mi Reina y un privilegio la oportunidad de observar estos grabados. Se lo agradezco Bendita LumEel.

La mujer ordena a Velonio y sus guardias que se retiren, permaneciendo junto a ella, tan solo, dos criadas, a las que hace señas con sus manos para que acerquen una pequeña mesa de madera, pergaminos y tinta.

- Así estaremos mejor y podremos hablar con tranquilidad. No se preocupen por ellas, no pueden oír nada de lo que digamos, tampoco tienen lengua y nunca aprendieron a escribir –la placidez con que comenta estos detalles, junto a su andar sinuoso en torno a ellos, les hace sentir un escalofrío.

El viejo sabio procura comenzar cuanto antes la conversación sobre los grabados:
- Los he estado observando con detenimiento y no me cabe duda, parte del lenguaje es Antiguo Wyrmico, aparece mezclado con otros símbolos que desconozco y una variante de runas dracónicas. Me recuerdan a los símbolos hallados en los obeliscos del norte, aquellos que forman parte de los senderos mágicos de los Dragonuts –el pulso del anciano se acelera, pues no sabe discernir en el rostro de su rival, si sus mentiras son aceptadas como ciertas. Herentaros sigue justificando su deducción:
- No puedo ofrecer una traducción completa pero, los símbolos que voy a escribir en el pergamino son los más importantes, si los hace interpretar por los eruditos imperiales, no me cabe duda de que llegarán a la misma conclusión.


La sacerdotisa únicamente responde a sus palabras con una inmutable sonrisa, que intenta suavizar su fría y terrible mirada, como si pudiera ver tras el velo de la mentira y contemplar las verdaderas intenciones del anciano.

Mientras copia las intrincadas figuras, el Sabio Gris deja caer un último comentario y una petición:
- Es una lástima que no conozcamos más sobre los poderes de los Dragones, quizá podríamos usar esos senderos. Si no os importa, virtuosa LumEel, desearía copiar los grabados para llevarlos conmigo hasta la ciudad de Nochet; con la ayuda de otros Sabios podríamos descubrir algo más.

- Por supuesto, venerable Sabio, compartimos la misma curiosidad por los secretos que esconde el pasado. Ahora, si me disculpáis, debo atender importantes rituales personalmente -recoge con delicadeza el pergamino que el anciano ha copiado para ella y se despide:
- Tomaos el tiempo que preciséis y marchad en paz ¡Que la luz de la Diosa os guíe!

Su séquito sigue de nuevo a la Bendita LumEel hacia la torre. A suficiente distancia de los dos visitantes, el veterano oficial no puede contenerse más:
- No creo que debáis confiar en ese viejo, lo que os haya contado debe ser mentira.

La sacerdotisa ríe alegremente y agarra del brazo al militar, como muestra de cariño.
- Leal Velonio, sin duda, lo que me ha dicho es mentira pero, ahora ya sé en qué debo fijarme, descartando todo aquello incluido en el cebo que me ha preparado. Ha tenido agallas para entrar aquí y mentirme, debes de concederle eso.

El hombre medita la situación durante unos escalones más y concluye:
- Entonces ¿debemos apresarlos?

- No, los dos deben partir de aquí sin ningún contratiempo. No te preocupes más por ellos, mi fiel amigo. Tú solo asegúrate de que estas murallas siguen a salvo de intrusos.

Al despedir a su Señora en la puerta de su cámara, el movimiento de una cortina llama la atención de Velonio. Sin embargo, un vistazo a toda la habitación calma su inquietud, antes de cerrar la puerta y dejar en soledad al Brillante Rayo de Rashorana.

La Bendita LumEel se sirve un poco de vino, del más preciado en el Valle del Oslir, y se deleita con su aroma antes de dar el primer sorbo.

- Casi te descubre –comenta en tono jocoso.

- La cortina era solo el señuelo –contesta una voz susurrante desde las sombras, en un extremo de la habitación.

- Necesito que sigas al Sabio Gris, sospecho que nos conducirá a presas mayores, esas son las que importan.

- ¿Y, cuando los encuentre, que hago con el viejo? –pregunta la misteriosa presencia.

- Dale muerte. Pero tráeme todos sus pergaminos, todo lo que lleve con él –sentencia la sacerdotisa arrojando una bolsa de oro hacia el origen de los susurros.

La figura atrapa la bolsa y se mueve como una ráfaga de viento hasta la ventana, para dejarse caer al vacío cubierto por las brumas.



Unos trazos de tinta más tarde, un viejo sabio y el guerrero que lo protege, dejan atrás Murallas Blancas, con un tesoro plasmado en varios pergaminos.

Ante el silencio del anciano, Jorakos celebra:
- ¡No ha sido tan difícil engañar a esa bruja lunar!

Herentaros lo mira preocupado y aclara al guerrero:
- No creo que haya mordido el cebo, valiente amigo. Cuando una tarea imposible te resulte tan sencilla, acepta que algo ha ido mal, solo que aún andas en tinieblas. Mejor será que nos perdamos en el bosque y no descubran que nos dirigimos al sur. Una vez alcancemos la primera encrucijada y nos reunamos con el guía, lo tendremos más fácil.

- ¿Podemos fiarnos de ese guía? –pregunta Jorakos, recuperando su seriedad habitual.

- Así lo espero. Heothal es devoto de Humakt, no suelen mentir y respaldan con su vida cada juramento que hacen. Tranquilo, si está en nuestra contra, lo descubrirás enseguida, te lo dirá nada más verte y te matará en un duelo justo –esta es una de esas cosas que el anciano usa para burlarse de su taciturno compañero.

Jorakos ha aprendido a disfrutar en silencio el humor del viejo, que siempre esconde algún rastro de sabiduría.

Dedica una última mirada a la Gran Fortaleza y se sumerge en la espesura, seguro de que, algún día, volverán para reclamarla.


Página de la autora de la primera imagen. La que veis justo encima sale de Assassin's Creed 3.

Si quieres releer las conversaciones que tuvieron Heothal, Herentaros y Jorakos, tras reunirse y proseguir juntos el viaje, puedes recordarlas pinchando en sus nombres por este orden.
Pronto, el último día de este mes, subiré una nueva entrega, como otros años, inspirada en esa noche en que la barrera entre vivos y muertos es más débil. ¡No os la perdáis! ;)