jueves, 31 de octubre de 2019

La Torre Maldita


De nuevo en estas fechas en que las barreras de nuestros mundos se debilitan, se filtran recuerdos de otros lugares y seres que llegan a mí en sueños. En esta ocasión son las vivencias finales de unos desconocidos que recorrieron antes el mismo camino que aquellos a los que suelo vislumbrar en ocasiones, asegurando o sentenciando su paso.

Un destacamento de soldados del Imperio Lunar deja atrás Piedra del Herrero. Marcha camino al sur, bajo una capa de rugientes nubarrones negros que amenaza con descargar su furia contra los que se atrevan a desafiar a la Tormenta.
La mayoría de esos hombres y mujeres, soldados y esclavos, no conoce el destino final de un viaje que comenzó hace más de una estación en las Provincias del Imperio, muy al norte.
Custodian y sirven a una mujer de eminente santidad, reputación y poder, la Sagrada Hermana Hawarima Dalzani, aquella que ha aconsejado a la Gran Hermana y al mismísimo Emperador.
La Capitana de la tropa, Tomiry Laxmi, cabalga al lado de su carro.
—Debimos haber permanecido a resguardo de la tormenta en la ciudad, mi Señora.
La Sagrada Dalzani le contesta con las palabras de una amable maestra que educa a una niña profana en los asuntos elevados de reyes y dioses.
—No es conveniente retrasar este encuentro. El Imperio podría ganar una poderosa aliada. Y estas tormentas no van a desaparecer en un tiempo, no hasta que la gran fortaleza y su dios rebelde sean derrotados por la Diosa.
La Capitana Laxmi ha recorrido este camino otras veces, ha prestado atención a las historias de los viajeros y confirmado los detalles hablando con los pocos aliados que puede encontrar entre estas gentes menos civilizadas que les consideran invasores.
Sabe que en aquellos bosques, antes de llegar a las partes altas de las montañas, podrían encontrar refugio de la tormenta, en las ruinas de una torre de tiempos olvidados.
Si prosiguen les podría sorprender una avalancha de tierra y rocas, la crecida de un arroyo o el ataque de algún Señor de las Tormentas y sus bandidos bárbaros. Es mejor no arriesgarse.
La protección de la Hermana Sagrada es un deber del que dependen su honor y su fe. Deben de refugiarse y proseguir cuando cese la lluvia o pase la noche. Así se lo aconseja a su Señora y así se hace.

Los bosques son traicioneros, pero tiene un buen rastreador bajo su mando que sabe leer las pequeñas señales.
Como le habían contado, allí estaba, junto al camino, una piedra marcaba el lugar. No conservaba las marcas pero, esa piedra había sido tallada, no se había desprendido y acabado allí por sí misma.
Le sorprendió ver a su Señora asomada fuera del carro, mirando fijamente a la espesura, antes de ser informada del hallazgo. Se acercó a ella pero no hizo falta confirmación, la Sagrada Dalzani lo había intuido.
—Sí, aquí es. Ahí debe de estar tu torre. —no dijo nada más.
Sus poderes habían servido bien al Imperio pero, en esta ocasión, no reveló ningún detalle, quizá porque no los había o quizá porque no entendía las visiones.

Deben abandonar el carro al poco de adentrase en el bosque. Lo ocultan bien y prosiguen con los animales.
La torre emerge de la falda de la montaña como un gigantesco cuerno que hubiera crecido de la misma roca. Su cúspide se desmoronó hace siglos dejando la forma de una cornamenta astillada.


La senda hasta su base, desdibujada por las tormentas y la frondosa vegetación, es escarpada y serpenteante. Las rocas oscuras que sobresalen del suelo son planas, de bordes afilados. Según la inclinación con que se miren devuelven tonos de un profundo verde esmeralda.
Los animales de las inmediaciones, si los hay, guardan un solemne silencio, dejando en aislamiento los sonidos de la lluvia sobre las hojas y las armaduras o capotes de los viajeros. Incluso entre los soldados se extiende un receloso mutismo.
El escaso terreno llano que encuentran cerca de las ruinas parece tener un influjo sobre los animales, que se niegan a dar un paso más. Sin proferir sonido alguno, todos han acordado que no se moverán de allí. Prefieren permanecer bajo la tormenta a entrar en ese lugar.
Los viajeros se miran unos a otros pero ninguno habla, descargan sus pertrechos y dejan a las monturas atadas a estacas clavadas en el suelo.
La vegetación aquí es odiosa, molesta y estéril, no sirve ni de alimento a las bestias.
El olor a bosque mojado cede ahora a uno más poderoso y añejo. Una esencia a hierbas o especias usadas por antiguos brujos, tan intensa que siglos después sigue impregnando esos muros.

La oscura oquedad que da entrada a la torre puede intuirse tras las zarzas salvajes que cierran el paso.
La Capitana Laxmi no usa palabras, simplemente mira a sus soldados y señala las zarzas. Inmediatamente, varias cimitarras abandonan sus vainas y comienzan a segar un camino al interior de la ruina. Las ganas de protegerse de una tormenta que va en aumento, impulsan el trabajo de los soldados. Ha sido mucho más fácil de lo que esperaban.
En el interior lleno de piedras, antes de abandonar la alfombra de tenue luz que llega del exterior, se apresuran a encender alguna luz para iluminar la oscuridad. Aguardan ansiosos el final del ritual que ejecuta el soldado para encender las lámparas de aceite. Las chispas saltan al entrechocar del pedernal y un pequeño rezo a Lodril trae el fuego al montón de yesca.

Todos se sorprenden cuando el fuego prende en un color verde y el olor a esencias se vuelve tan potente que aturde los sentidos. La luz se hace en toda la estancia al prender por si mismos varios braseros con ese turbador fuego verdoso, al tiempo que una ola de calor les hace olvidar el frío y la humedad que portaban consigo.
No ven ruinas o deterioro ahora, sino una sala bellamente decorada en la que predomina la pintura de un dragón que se alarga y serpentea por las cuatro paredes.
Sus ropajes y marcas son muy diferentes a las que vestían hace un momento, aunque reconocen sus rostros. Sin embargo, es el sonido de una letanía lo que atrae su atención hacia un pasadizo que desciende a las entrañas de la montaña.
Lo recorren con una intención que no recuerdan, hasta llegar a un pesado portón de madera que abren con decisión para irrumpir con furia en otra cámara.
El lugar es iluminado tan solo por una gema sin tallar que late con una luz esmeralda, suspendida en el aire entre unos símbolos extraños grabados en el suelo y el techo por igual.
Allí sorprenden a un grupo de figuras envueltas en túnicas oscuras que rodean la gema pulsante mientras entonan un cántico. Los brujos aparecen borrosos a sus ojos, como si estuvieran en este lugar y en otro al mismo tiempo.
La irrupción de los recién llegados pervierte el ritual. Las tenebrosas figuras rompen en alaridos de horror, comenzando a retorcerse en agonía.
Las paredes y el techo se quiebran mientras el suelo tiembla. Una ola de fuego verde procedente de la gema los traspasa y sus gritos se suman al ominoso coro de lamentos. No arden pero, algunos comienzan a cambiar soportando un dolor atroz. Nuevos miembros crecen en sus cuerpos deformándolos, convirtiéndolos en criaturas repulsivas. Sus antiguos compañeros usan sus armas para acuchillarles y cortarles.
Hawarima Dalzani desconcertada y aturdida grita pidiendo ayuda a la Diosa. Siente como algo se revuelve en su interior provocándole nauseas y presa del pánico invoca todos los poderes protectores de la divina Lesilla.
Su cuerpo se ilumina levemente con una luz rojiza y su transformación se detiene pero, el horror continúa ante sus ojos. Sus soldados y esclavos desgarrándose unos a otros o a sí mismos. Los que intentan huir caen presa de las fauces monstruosas que se forman en las paredes y el suelo de piedra.
Y la degeneración no se detiene ahí, pues de los rincones oscuros surgen nuevos horrores.
Una res con el rostro descompuesto de terror se abalanza sobre la Misionera, se arrodilla ante ella rompiéndose los huesos y tendones de sus patas traseras, suplicando su ayuda en un antiguo idioma, mientras intenta agarrarse a los ropajes de la mujer con sus pezuñas delanteras. Sus gritos se tornan en agónico estertor cuando el interior de su cuerpo hierve y sus vísceras emanan derretidas por todos los orificios.
El hedor es repugnante y la misionera solo piensa en huir, salir de ese lugar maldito antes de sucumbir a la locura.
Un árbol atraviesa corriendo la estancia profiriendo alaridos chirriantes mientras sacude con sus ramas el aire y su propio tronco, intentando alejar desesperado a la miríada de pequeñas aves de fuego que intentan posarse sobre él, revoloteando a su alrededor y generando un rugiente crepitar de miles de aleteos. Tras de sí dejan una nube de chispas que caen prendiendo fuegos en las ropas y causando quemaduras de punzante dolor en la carne.
Una criatura aterrada muge mientras se agazapa en un rincón del que no se atreve a alejarse. El hombre  debe sufrir un suplicio debido a todas las ampollas que se extienden por su cuerpo, deformando los tatuajes con las runas de su clan que ya no significan nada para este torturado ser.
El derrumbe de una pared abre una ruta de escape de esta pesadilla y la atormentada criatura huye a cuatro patas. La misionera, recuperando el control por un instante, corre tras ella a través de una gruta oscura, guiada por sus mugidos, sin ver donde pone los pies, tanteando con las manos paredes que hieren al tacto.
Más adelante, un fulgor revela las formas que la rodean. Proviene del suelo, un charco de fluido verdoso entre la piedra. El borboteo es el único sonido que se escucha ya, liberando unos efluvios que al acercarse abrasan los ojos, la piel y la lengua. Sabiendo que debe alejarse cuanto antes y jamás volver atrás, salta entre las piedras para superar el charco, consiguiéndolo por poco y quedando en equilibrio durante unos eternos latidos.
Un sonido metálico, un chapoteo y un gemido la siguen, cuando una férrea garra la sujeta del tobillo y la hace caer. Mira atrás un instante para ver la cara de su leal capitana que ha caído dentro del légamo refulgente y se agarra a su pierna con una mirada desorbitada de pavor y un gorgoteo estancado en su garganta.
Con un frenesí primario por alejarse de ese aire corrosivo asesta una implacable patada a ese rostro deformado que la arrastra a la muerte, liberando su pierna y permitiendo a sus dedos arañar su salvación en la roca.
La gruta vuelve a la oscuridad y al húmedo ambiente aliviando la irritación que la torturaba unos pasos más atrás. El aire se torna caliente y pegajoso antes de llegar a una caverna iluminada por un fuego, uno que proviene de un caldero pero no se halla bajo este, si no en su interior.
Allí medita un gran Troll, hijo de la oscuridad, que le habla sin palabras ni sonidos, y en su cabeza un eco atronador resuena con la compresión que debe asimilar:
—Las Runas grabadas en piedra y carne son tu prisión y tu condena ¡Libérate, libéranos! ¡Todos seremos iluminados!
Ante la mirada de la exhausta viajera, el Troll se baña volcando sobre sí la olla de líquido ardiente. Envuelto en llamas, ríe extasiado a la vez que grita de dolor. El hedor de su piel, carne y huesos calcinándose, convirtiéndose en cenizas, llena cada trago de aire, cada pensamiento o recuerdo, hasta que la oscuridad solo provoca nauseas.
La Misionera lunar ve entonces una escalera hecha de huesos, un gran costillar fundido en la misma roca, que sube hacia la estancia donde entran los rojizos rayos de la Diosa, iluminando la noche con su luz.
La leal sierva de la Luna Roja ha comprendido la gran verdad que dormitaba allí durante siglos, una para la que ha sido elegida, la única capaz de acabar con las cadenas de los mortales y liberar la esencia primigenia que iluminará el mundo con su fuego inefable.
Usando todos los poderes otorgados por la Diosa y una cimitarra bendecida por el Emperador conseguirá arrancar de los muros esas pérfidas runas, grabadas allí sin duda por los malignos Aprendices de Dioses.
Y la oscuridad se cierne sobre los sollozos y la risa nerviosa de la mujer, que se apagan como un eco.
 ___

Más de un año después de este suceso, un grupo muy diferente, aunque ya familiar, avanza oculto por el bosque siguiendo la misma ruta.
El viejo Herentaros lleva un rato preocupado y no le faltan motivos —Debemos atravesar este tramo lo antes posible. Nos aproximamos a los dominios de Gagyx Doble-Aguijón, la Reina de los Hombres-Escorpión, un páramo inundado por el caos y la desolación. Es mala idea seguir cerca del camino cuando llega la noche. Esos seres son siervos del Caos de lo más perversos, les encanta la carne humana y disfrutan torturando a sus presas antes de devorarlas.
Gagix Twobarb receives Lunar ambassadors
by Jan Pospisil
 
A Dalustana, la guerrera vingana, no le asustan los rumores —Nunca me he encontrado con un enemigo como ese pero si nos sorprende alguno, lo atravesaré con mi lanza.
Jorakos, el guerrero varmandi que protege al viejo desde el principio, se apresura a contener su ímpetu —Dicen que solo uno de ellos puede dar problemas a un pequeño grupo de guerreros, deberíamos evitarlos.
El cuarto compañero, Heothal el humakti, quién mejor conoce esta región les ofrece una alternativa —Tranquilos, he oído hablar de una torre en ruinas a la que temen más que a nada. Sus supersticiones nos vendrán bien. Podemos pasar la noche allí y atravesar ese territorio a primeras horas del día.
Como buen rastreador y conocedor de estos bosques, no tarda en encontrar una señal que les conduce a la torre.

Salvada la escarpada ascensión se encuentran ante las ruinas rodeadas de plantas muertas. Los árboles cercanos son oscuros y retorcidos. El silencio es sobrecogedor. El olor desagradable y sin viento que lo disperse, inunda el lugar. Tendrán que aguantarlo por una noche.
Al entrar pueden ver algunas piedras y maderos desprendidos. Encienden unas antorchas y se sorprenden al encontrar objetos de un antiguo campamento que fue abandonado aquí, incluso armas rotas y corroídas. Todo parece podrido o desecho pero, no hay señal de pequeños animales o insectos.
Más allá ven un pasadizo que no está totalmente bloqueado y al fondo, un ligero brillo verde atrae su atención. Antes de decidir si van a quedarse aquí, deciden explorar el interior.
Con mucha prudencia apartan varios obstáculos hasta llegar a las maderas desvencijadas de una vieja puerta, que se vienen abajo al primer contacto. 

Al entrar descubren con horror los restos de antiguos viajeros. Son cuerpos consumidos y resecos, algunos hechos pedazos. Alguien cortó de todos ellos los trozos de piel donde se encontraban sus tatuajes rúnicos y los amontonó en un rincón, como deshechos. Del mismo modo, las paredes están destrozadas donde antes hubo runas grabadas.
El cuerpo que más destaca es el de algún tipo de bruja lunar. Parece ser la que arrancó los pedazos de piel a los otros y puede que a sí misma. También cogió dos huesos de otro cuerpo y astillándolos por la mitad se los clavó en los ojos y en el corazón.
Algunos de los restos sobresalen de la piedra como si hubieran sido engullidos por los muros.
Y en el centro de toda esa abominable escena, una gema verde emite un ligero fulgor. Está enquistada en unas raíces negras que cruzan la cámara entre el techo y el suelo, entre cada pared y su opuesta. A la luz de la antorcha, la viscosidad de esas hebras las semejan a venas o tendones.
Un leve soplo de viento hediondo les eriza el pelo del cuerpo. De soslayo contemplan alarmados como varias figuras emergen del suelo y los muros. Se puede ver a su través, atraviesan los objetos y flotan en el aire. Sus rostros reflejan la locura y el odio más extremo.
  Author: Mark Tarrisse

Al grito de la guerrera — ¡Corred, Espectros! —Los cuatro compañeros se precipitan por el pasadizo hasta alcanzar el exterior de la torre. Solo entonces, la más veloz entre ellos se permite mirar atrás para ver si han salido todos y si esas cosas les siguen fuera.
Con el corazón desbocado se detiene y levanta una mano en señal de calma. Están a salvo.
Pero los tres guerreros quedan mudos mirando fijamente al viejo y a lo que lleva en la mano. El propio Herentaros parece sorprendido cuando la mira. Descubre que, antes de salir corriendo, ha arrancado la gema de esas raíces — ¡Por las barbas del Sabio Gris! Ni siquiera recuerdo haberlo hecho.
Duda por un momento pero decide —Bueno, está bien haber rescatado la gema. No sé qué ritual despreciable se practicó ahí dentro pero no podemos dejar que nadie se la apropie, podría ser importante.
Saca un paño y envuelve bien la gema para cubrir su brillo y ocultarla.
Jorakos ha cambiado de idea —Abandonemos este lugar maldito. Antes prefiero vérmelas con los devoradores de hombres. A esos si les puedo clavar la espada.
Parten apresuradamente sin mirar atrás y no alcanzan a escucharlo. Tras su marcha, las ramas de los árboles se estremecen violentamente pero no por el viento, sino por la estela de una presencia antigua y dañina que vuela ahora libre por estos bosques.

Y dejamos por esta noche las andanzas de estos cuatro compañeros. Volveremos a saber de ellos aunque quizá lo que han liberado sin saberlo se convierta en el problema de otros.

Es lo que ocurre cuando entras en lugares que alertan de su maldad con cada detalle. Aunque puede que seáis de esos que no pueden evitarlo.

¡Malditas y terroríficas noches!

4 comentarios:

Runeblogger dijo...

¡Ja, ja! Qué bueno. Cómo me gusta esta cita anual con tu serie de terrores gloranthanos. :-)

Thorkrim dijo...

¡Y yo que me alegro de tener un incondicional! :D
Muchas gracias por acudir a la cita. ;)

Runeblogger dijo...

Oye, los Aprendices de Dios esos de la torre, estaban haciendo algo relacionado con Pocharngo el Corruptor, ¿no? Ahí hay una partida buena (y terrorífica).

Thorkrim dijo...

Si, con lo que le gusta a esa gente mezclar cosas, en mi cabeza pretendían mutar la misma esencia de un dragón, no se si las pistas dejan claro ese segundo componente. :o

Esa partida mejor situarla en la época del Imperio de los Amigos de los Wyrms y el Imperio Jrustelano, o mezclar personajes de otra época a través de un sendero mítico vinculado a un lugar, como en la historia, aunque quede todo más confuso. ;)